“VIDAS SOLITARIAS, VIDAS INCOLORAS”
Haruki Murakami, el gran autor referente de la novela actual
japonesa, ha vuelto a enamorarme después de mucho tiempo. Aún recuerdo aquella
vez, hace ya seis años, rodeada de libros, en que una compañera me habló de su
autor favorito, que no era otro que Murakami. Y así fue como pasé a engrosar la
lista de fans de este literato. Comenzando con
“Al sur de la frontera, al oeste
del sol”, siguiendo por “Sputnik, mi
amor”, para terminar de engancharme con “Tokio Blues”, para mí su obra cumbre, y seguir fascinándome con “Kafka en la orilla” y “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”.
A partir de ahí, he de decir que el resto de sus obras, causaron en mí
decepción, supongo que porque cuando alguien comienza marcando un listón muy
alto, es difícil mantenerse de manera continua a la altura de las expectativas.
Pese a todo, nunca perdí la esperanza de que este autor volviera a tocar mi
fibra sensible de la forma en que lo había hecho antes, y de nuevo lo ha
conseguido con “Los años de peregrinación
del chico sin color”.
Ante todo he de advertir que
Murakami no es un autor que se preste a todo tipo de públicos. Son muchas las
personas a las que les cuesta captar la esencia de sus novelas y se pierden en
los mundos surrealistas de este escritor, que muchas veces resultan tan
incomprensibles como una película de David Lynch o extraídos de un cuadro de
Picasso. Asimismo, el existencialismo tan presente en sus obras, cuestiones
como el amor, la vida, la muerte, la soledad y el suicidio, invitan al lector
continuamente a reflexionar sobre la vida. Quizá reflexionar no es la palabra
adecuada, puede que se ajuste más, como vulgarmente decimos, “rayarse”.
Al margen de lo anteriormente
dicho, si eres una persona introspectiva, sensitiva, y que muchas veces se
siente desorientada en este mundo, probablemente esta novela (y otras muchas de
este autor) te enganchen.
En “Los años de peregrinación del
chico sin color”, como en todas las obras de Murakami, no hay “héroes”,
cualquier persona de la calle podría ser su protagonista. Una vez más nos encontramos
ante un hombre normal y corriente, alguien que no destaca por sus defectos,
pero tampoco por sus virtudes. A sus treinta y seis años, Tsukuru, aunque no es
del todo consciente, no ha logrado superar el abandono al que se vio sometido
hace dieciséis años por todos sus amigos, que de repente, de la noche a la
mañana, decidieron que no querían volver a verle. El duro golpe que esto supone
para él, le convierten en un muerto en vida, alguien sin ilusiones, al borde de
la muerte y cuyos pensamientos acarician a veces la tentativa de suicidio. Pero
cuando al fin cree que ha superado ese traumático episodio de su pasado,
aparece en su vida Sara, quizá la primera persona con la que se ha planteado
compartirla hasta el final. Pero Sara, pese a que sus sentimientos hacia él
parecen ser recíprocos, le hace ver que las heridas del pasado que él creía
curadas, en verdad siguen latentes, condicionando su día a día. Así es como
Tsukuru, viendo en retrospectiva su pasado, se da cuenta de las barreras que él
mismo ha ido construyendo a su alrededor para protegerse del posible daño que
el contacto con otras personas le pudiera generar. Desde la pérdida de sus
amistades, ha sido incapaz de permitir que nadie franquee ese muro que le
separa del exterior y que protege sus sentimientos de posibles daños
potenciales, y si quiere que su relación con Sara funcione, no tiene más
remedio que tirarlo abajo.
Así comienza la peregrinación
de un hombre cualquiera, que un día se da cuenta de que el pasado no se
entierra: se resuelve, pues cada asunto que se deja sin solucionar, se
convierte en un problema potencial, una carga que, aunque al principio no lo
parezca, llega un momento en que no podemos aligerar y hay que mirarla de
frente y enfrentarla. En su caso, la solución pasa por reencontrarse con sus
antiguas amistades y averiguar el porqué de la decisión de estos de no volver a
verle más. ¿Fácil? No lo creo.
Probablemente pocas personas fueran capaces de hacer algo así después de tantos
años, pero quizá fuera más fácil la vida si no nos quedáramos sin dar respuesta
a muchos interrogantes. La verdad puede doler, pero probablemente las
respuestas que tú mismo imagines sean peores.
¿Conseguirá Tsukuru la
respuesta a su duda? ¿Logrará derruir esas barreras que él mismo se ha
construido y que le impiden llegar a ser del todo feliz? Y ahora nos pongo a
nosotros en el lugar del protagonista: ¿Somos capaces de conseguir la respuesta
a nuestras dudas? ¿Tenemos la capacidad y la fuerza de voluntad suficiente para
derruir las barreras que nosotros mismos hemos levantado y que nos impiden
alcanzar la felicidad?
A mí, personalmente, leer este
libro me ha parecido como leer mi propia biografía, quizá porque este personaje
y yo compartimos la misma historia: me corto el pelo, me pongo un bigote y unos
cuantos años más… ¡y Tsukuru! Pero, en mayor o en menor medida, creo que muchas
personas pueden sentirse identificadas con la historia, con el protagonista o
quizá con ambas cosas, porque… ¿quién no ha experimentado alguna vez la soledad,
ha sentido miedo al rechazo o ha pensado que no encaja?